No es fácil comprobar el peso de una
maleta en la báscula de nuestra casa y cualquiera se fía de
nuestros cálculos aproximados “a ojo”. Nos asalta la duda, ¿Nos
habremos pasado?, ¿Tendré que quitar algo?, ¿Podre meter un
vaquero más? Por eso es inevitable llegar al aeropuerto con palpable
tensión, como si supiéramos que vamos a suspender un examen, porque
no tenemos claro que nuestra maleta vaya a pasar la prueba.
Vamos a facturar con el pulso acelerado
y para nuestro horror la maleta pesa 3 kilos de más. La mujer del
check-in, que no tiene corazón, me dice que tengo que quitar algo,
porque así no puedo pasar... ¿Quitar algo? Pero, ¿el qué? Qué me
voy para 6 meses ¡ya llevo todo más que ajustado!
Pues nada, le da igual. Así que abres
la maleta delante de to quisqui y montas un espectáculo de bragas y
camisetas, buscando aquello que no sea absolutamente imprescindible
(difícil).
Y en esta situación, nos encontramos
ante los siguientes escenarios habituales:
Escenario A: la persona que ha venido
conmigo al aeropuerto tiene que coger mis cosas y llevárselas sin
más remedio.
Escenario B: he ido solo al aeropuerto,
no hay nadie que pueda llevarse mis cosas. Me toca pagar los kilos
extra y estamos hablando de entre 10 y 20 euros por kilo (eso con
suerte), dependiendo de la compañía aérea... ¡Ha dolido!
Escenario C: también solo y con menos
euros disponibles o con más orgullo ante la injusticia. Me ha tocado
tirar a la basura algunas de mis pertenencias. También duele...
Escenario D: solo y con mucha dignidad,
terminas poniéndote capas y capas de ropa, al más puro estilo
cebolla, con tal de no tener que pagar ni quitar nada. Parece una
idea de fruto genio, pero eso hace aguas por todos lados. Las capas
tienen un límite y tu incomodidad también.
Escenario E: este escenario yo creo que
es esa gran leyenda urbana de que “si el tío del check-in se
enrolla, te deja pasar kilos de más sin problema”. Que me digan a
mi quien es ese “tio enrollado” y en que aeropuerto trabaja,
porque os aseguro que nunca me lo he encontrado.
Pero un día todo mi sufrimiento acabó.
El día que descubrí en una tienda de maletas, hace hoy casi 3 años,
el objeto que cambiaría mi vida para siempre.
Uno de mis objetos más preciados, que
ha marcado un antes y un después en el arte de hacer maletas. Porque
me ha salvado de muchos apuros, porque me hace llegar al aeropuerto
con la mayor tranquilidad del mundo, porque me lo pone muy fácil,
porque “sin ti no soy nada”; el peso de maletas, mi mejor amigo.
Muchos ya lo conoceréis. Yo desde
luego no supe de su existencia hasta ese momento, pero me pareció la
solución perfecta. Haces tu maleta, la cuelgas del gancho y arriba. Sólo hay que mantenerlo firme con las manos un momento. Te marca los kilos con total precisión y ya podemos respirar
tranquilos e irnos al aeropuerto con la cabeza bien alta.
Para esas personas que, como yo, viajan
mucho y siempre tienen que ir cargadas con todas sus pertenencias lo
recomiendo mil. Es mejor comprar uno bueno, porque eso tiene que
soportar mucho peso y la idea no es romperlo a la primera de cambio,
que es lo que pasa con los que son de mala calidad. Pero os aseguro
que no resulta tan tan caro y desde luego en mi caso, ha sido una
gran inversión.
Escenario ★:
pon
mi
maleta a
prueba todo lo que quieras, porque voy a sacar un 10.
Aunque, pase lo que pase, nunca podré
dejar de preguntarme: ¿Por qué el límite de kilos está en un
número tan poco redondo como el 23?
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