Montar en avión. Esa cosa que vas a
tener que hacer “si quieres llegar lejos en esta vida”.
Hay gente a la que directamente le da
miedo y no quiere ni oír hablar del tema. Algunos incluso no llegan
a montarse nunca en un avión por esta razón. Pero también está el
que dice que le encanta... ¡Yo digo que miente como un bellaco! Una
cosa es que no lo odies o que no te de miedo, pero ¿tanto como
encantarte? Estás volando a no se cuantos pies de altura, en un
aparato que está hecho de metal y que pesa unas cuantas toneladas.
Vas como en lata de sardinas casi sin poder moverte durante el viaje,
no encuentras la posición y si hay turbulencias no es que eso sea
una fiesta precisamente. Si viajas en primera clase, con el champan y
el caviar, y con el señor Ambrosio trayéndote los Ferreros ahí ya
me callo, pero si viajas como la mayoría de los mortales... Es que
no te puede gustar.
Si no sueles viajar en avión es normal
que te llame la atención y que te guste las primeras veces. O si
hace tiempo que no te subes a uno, puede que hasta eches de menos esa
cosilla del aeropuerto, el embarque y el despegue. Pero si eres de
los que están toooodo el día en un avión, acabas HARTO, con acento
en la H.
Hay pequeños odios que todos
compartimos:
-La cola para facturar. Como
sea Happy Hour o Happy Day, más
de una hora de cola no te la
quita nadie. Y eso con suerte.
-Hay que quitarse las botas al pasar
el control. Y si nos ponemos
tontos, las zapatillas de caña alta también.
Revisión de tomates en los calcetines antes de salir de casa, por
favor.
-Todo
el día abriendo y cerrando maletas. Porque
en el control hay que sacar el portátil, en el embarque guardar tu
bolso dentro y en el avión sacarlo otra vez. (Un fuerte aplauso para
esas compañías que ya te dejan ir con tu bolsito
fuera del
equipaje de mano)
-Que
te toque el asiento del medio. Si
ya es difícil encontrar la postura en cualquier asiento del avión,
ir en el medio es lo peor.
No tienes absolutamente ninguna ventaja.
Es como un cruel castigo por no haber pagado los euros extra de
selección de asientos.
-Apretujamiento. Por
delante, por detrás
y por los lados. Esto es así.
-Despegue. Dolor
de cabeza, entaponamiento de oídos o mareo. Elige la tuya.
-Ir al baño. La
gran ventaja del asiento del pasillo, libertad absoluta
para salir y entrar cuando quieras. Si estás en cualquiera de los
otros dos asientos,
siempre hay alguien a quien tienes que molestar. Como en ese viaje
tengas algún problemilla que te haga ir al baño cada 10 minutos va
a ser
la risa.
-Turbulencias. Como
sean animadas vas a ver a más de uno rezando. Y ya no es que pases
miedo, sino los bamboleos que vas dando. Una vez le tiré
un yogur entero al que iba sentado a mi lado. Creo que es la vez que
más vergüenza he podido pasar en un avión. Era de fresa eso sí;
seguro que el hombre lo recuerda con cariño.
-El niño que llora a pleno pulmón
durante todo el viaje. Los
padres no tienen la culpa y el niño no tiene la culpa, pero tu vas
sufriendo como si la culpa fuera tuya.
-Aterrizaje. Dolor
de cabeza, escurrimiento de asiento o mareo. Elige la tuya.
-Todos en pie.
Yo creo que esto es
lo
que más de quicio me saca. No puedo soportar que la gente se levante
en cuanto aterrizamos para pasarse todavía una hora más
de pie esperando a que abran
las puertas. A lo mejor es que hay piruletas gratis para los 20
primeros en salir. Yo como siempre salgo literalmente la última ese
misterio aún no lo he resuelto. Os
mantendré informados.
-La eterna espera de la maleta. Y
llegas a la cinta y esperas. Pasa media hora y por fin le da por
arrancar. Empiezan a salir maletas y más maletas, pero la tuya no
termina de salir y al final,
como siempre, de las últimas (eso
si no se ha perdido).
Hora y media de vuelo; 2
horas y cuarto para salir del aeropuerto.
Pero bueno, también hay que reconocer
que hay pequeños placeres y alegrías a la hora de montar en avión:
-La coreografía de los azafatos. Ya
poca atención prestamos a lo que nos dicen. Yo siempre pienso que el
día que pase algo nadie se acordará
de nada ni habrá calma ninguna y se convertirá todo en un “tonto
el último”; pero siempre es curioso ver con que ánimo
o apatía
hacen su pequeña coreografía inicial. Yo los echo de menos cuando
voy en un avión de estos que ya te lo explican
todo por una pantallita que
tienes delante.
-El snack de cortesía. Si
es un vuelo muuuy largo ya sabes que en el precio del billete te
entran las comidas, pero en vuelos normales de 2 ó 3 horas no tienen
por qué ofrecerte nada. Cuando se acercan a ti con esas galletitas
saladas o los famosos cacahuetes se te
ilumina la cara ¿Es para
mi?, ¿¡Es
gratis!? Es la emoción del
día.
-El asiento de ventana. Horroroso
si quieres ir al baño, eso si, pero el mejor para encontrar la
postura. Creo que solo he conseguido dormir algo
en los viajes en los que me
ha tocado ventana. Y, por
supuesto, la vista es una maravilla.
-El asiento vacío. Un
asiento vacío a tu lado es como que te toque una pipa Tijuana con
mucha salsa. Algo de espacio en un avión, ¡Dios! (lágrimas de
emoción directamente proporcionales a la duración del vuelo)
-Mi maleta sale la primera. No
me lo puedo creer, en el momento en
el que
la cinta se ha puesto a funcionar, ¡VEO MI MALETA!
Pequeños
odios y alegrías tontas, sí, pero que
siempre están ahí por
mucho que estés acostumbrado a viajar. No
es que odie tanto volar,
pero desde luego más de una vez me han dado ganas de pegarme un
tiro.
Aunque, pase lo
que pase, nunca podré dejar de preguntarme: ¿Por qué siempre soy
yo la que tiene que pitar en el puñetero control?
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