lunes, 5 de octubre de 2015

Montar en Avión


Montar en avión. Esa cosa que vas a tener que hacer “si quieres llegar lejos en esta vida”.

Hay gente a la que directamente le da miedo y no quiere ni oír hablar del tema. Algunos incluso no llegan a montarse nunca en un avión por esta razón. Pero también está el que dice que le encanta... ¡Yo digo que miente como un bellaco! Una cosa es que no lo odies o que no te de miedo, pero ¿tanto como encantarte? Estás volando a no se cuantos pies de altura, en un aparato que está hecho de metal y que pesa unas cuantas toneladas. Vas como en lata de sardinas casi sin poder moverte durante el viaje, no encuentras la posición y si hay turbulencias no es que eso sea una fiesta precisamente. Si viajas en primera clase, con el champan y el caviar, y con el señor Ambrosio trayéndote los Ferreros ahí ya me callo, pero si viajas como la mayoría de los mortales... Es que no te puede gustar.

Si no sueles viajar en avión es normal que te llame la atención y que te guste las primeras veces. O si hace tiempo que no te subes a uno, puede que hasta eches de menos esa cosilla del aeropuerto, el embarque y el despegue. Pero si eres de los que están toooodo el día en un avión, acabas HARTO, con acento en la H.

Hay pequeños odios que todos compartimos:

-La cola para facturar. Como sea Happy Hour o Happy Day, más de una hora de cola no te la quita nadie. Y eso con suerte.

-Hay que quitarse las botas al pasar el control. Y si nos ponemos tontos, las zapatillas de caña alta también. Revisión de tomates en los calcetines antes de salir de casa, por favor.

-Todo el día abriendo y cerrando maletas. Porque en el control hay que sacar el portátil, en el embarque guardar tu bolso dentro y en el avión sacarlo otra vez. (Un fuerte aplauso para esas compañías que ya te dejan ir con tu bolsito fuera del equipaje de mano)

-Que te toque el asiento del medio. Si ya es difícil encontrar la postura en cualquier asiento del avión, ir en el medio es lo peor. No tienes absolutamente ninguna ventaja. Es como un cruel castigo por no haber pagado los euros extra de selección de asientos.

-Apretujamiento. Por delante, por detrás y por los lados. Esto es así.

-Despegue. Dolor de cabeza, entaponamiento de oídos o mareo. Elige la tuya.

-Ir al baño. La gran ventaja del asiento del pasillo, libertad absoluta para salir y entrar cuando quieras. Si estás en cualquiera de los otros dos asientos, siempre hay alguien a quien tienes que molestar. Como en ese viaje tengas algún problemilla que te haga ir al baño cada 10 minutos va a ser la risa.

-Turbulencias. Como sean animadas vas a ver a más de uno rezando. Y ya no es que pases miedo, sino los bamboleos que vas dando. Una vez le tiré un yogur entero al que iba sentado a mi lado. Creo que es la vez que más vergüenza he podido pasar en un avión. Era de fresa eso sí; seguro que el hombre lo recuerda con cariño.

-El niño que llora a pleno pulmón durante todo el viaje. Los padres no tienen la culpa y el niño no tiene la culpa, pero tu vas sufriendo como si la culpa fuera tuya.

-Aterrizaje. Dolor de cabeza, escurrimiento de asiento o mareo. Elige la tuya.

-Todos en pie. Yo creo que esto es lo que más de quicio me saca. No puedo soportar que la gente se levante en cuanto aterrizamos para pasarse todavía una hora más de pie esperando a que abran las puertas. A lo mejor es que hay piruletas gratis para los 20 primeros en salir. Yo como siempre salgo literalmente la última ese misterio aún no lo he resuelto. Os mantendré informados.

-La eterna espera de la maleta. Y llegas a la cinta y esperas. Pasa media hora y por fin le da por arrancar. Empiezan a salir maletas y más maletas, pero la tuya no termina de salir y al final, como siempre, de las últimas (eso si no se ha perdido). Hora y media de vuelo; 2 horas y cuarto para salir del aeropuerto.

Pero bueno, también hay que reconocer que hay pequeños placeres y alegrías a la hora de montar en avión:

-La coreografía de los azafatos. Ya poca atención prestamos a lo que nos dicen. Yo siempre pienso que el día que pase algo nadie se acordará de nada ni habrá calma ninguna y se convertirá todo en un “tonto el último”; pero siempre es curioso ver con que ánimo o apatía hacen su pequeña coreografía inicial. Yo los echo de menos cuando voy en un avión de estos que ya te lo explican todo por una pantallita que tienes delante.

-El snack de cortesía. Si es un vuelo muuuy largo ya sabes que en el precio del billete te entran las comidas, pero en vuelos normales de 2 ó 3 horas no tienen por qué ofrecerte nada. Cuando se acercan a ti con esas galletitas saladas o los famosos cacahuetes se te ilumina la cara ¿Es para mi?, ¿¡Es gratis!? Es la emoción del día.

-El asiento de ventana. Horroroso si quieres ir al baño, eso si, pero el mejor para encontrar la postura. Creo que solo he conseguido dormir algo en los viajes en los que me ha tocado ventana. Y, por supuesto, la vista es una maravilla.

-El asiento vacío. Un asiento vacío a tu lado es como que te toque una pipa Tijuana con mucha salsa. Algo de espacio en un avión, ¡Dios! (lágrimas de emoción directamente proporcionales a la duración del vuelo)

-Mi maleta sale la primera. No me lo puedo creer, en el momento en el que la cinta se ha puesto a funcionar, ¡VEO MI MALETA!

Pequeños odios y alegrías tontas, sí, pero que siempre están ahí por mucho que estés acostumbrado a viajar. No es que odie tanto volar, pero desde luego más de una vez me han dado ganas de pegarme un tiro.

Aunque, pase lo que pase, nunca podré dejar de preguntarme: ¿Por qué siempre soy yo la que tiene que pitar en el puñetero control?

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